Perfectos ignotos – CartelEse eclipse con una luna roja poco a poco más amenazadora que vendría a ser hija del planetoide Añoranza que terminaba con la humanidad (ya antes con las relaciones de pareja de una familia de la alta burguesía) en el largo homónimo de Lars von Trier o bien el inquietante momento (metafórico, vale, mas horriblemente terrorífico) de la fotografía vacía de vida, prosiguen sosteniendo firme a un De la Iglesia conocedor de que la mejor forma de charlar de de qué manera somos debe escaparse por las rehendijas del fantastique. Perfectos ignotos, alén de un ácida comedia negra con golpes de humor y degradación recordables (todo lo relacionado con el personaje que borda Ernesto Alterio) que recordaría a obras teatrales de autores tan dispares como Francis Veber, Edward Albee, Alfonso Paso o bien el Mart Crowley de Los chicos de la banda (a la que se hace un guiño directo en una escena con Pepón Nieto), es puro Álex de la Iglesia. Un ángel exterminador disfrazado de asamblea de amigos, de secretos y patrañas y de asesinatos morales, éticos, que ni en los Diez negros de Agatha Christie. Perfectos ignotos sería La terraza de Ettore Scola encapsulada en un cuento ética de Rod Serling que rezumara el veneno de Copi. Y Perfectos ignotos es, además de un pequeño prodigio de escenificación y de dirección de actores, la confirmación de lo bien que están estos.
Sobre Eduard Fernández ya prácticamente no sabría qué decir para elogiarlo: la charla manos libres con su hija es simplemente antológica, como su contención. Mas es que junto a él absolutamente nadie desmerece: ni el mentado Alterio, ni Juana Acosta tomando desbocada como Elizabeth Taylor en ¿Quién teme a Virginia Wolf?, la inocencia castigada de Dafne Fernández, la debilidad interior de un estupendo Eduardo Noriega, una Belén Rueda como raras veces y ese Pepón Nieto que termina siendo el punto de cambio de una pandilla de desgraciados probablemente más en el otro planeta que el triste espectro de A ghost story.